jueves, 17 de noviembre de 2011

INFORMACIÓN SOBRE LA PLAGA DE TOPILLOS

Lo que no nos cuenta la Junta de Castilla y León


Publicado inicialmente el 26/5/2008


Los venenos no acabaron con los topillos Castilla y León se gastó 24 millones de euros en venenos para frenar la plaga, pero la muerte de estos roedores fue igual de fulminante en las áreas en las que no se empleó 

Eran 700 millones. Arrasaron más de 1,5 millones de hectáreas de cultivos en la meseta norte del país, contagiaron de tularemia a centenares de ciudadanos y provocaron pérdidas cercanas a los 20 millones de euros. La plaga de topillos que vivió Castilla y León (en las provincias de Valladolid, Palencia o Zamora) fue la noticia de este verano y, para frenarla, la Junta decidió acabar con los roedores, envenenándolos. Pero diversos estudios revelan ahora que el fin de la plaga de topillos fue igual de fulminante en las áreas en las que no se emplearon los venenos y sí provocaron, en cambio, un grave daño al resto de las especies. 

"En un momento en que el campo estaba lleno de grano envenenado en superficie, encontramos que solo el 50% de los cadáveres de los topillos tenía el tóxico. El resto había muerto por otra causa, posiblemente un agente patógeno. Es decir, había en el campo un agente de mortalidad natural tan importante como un tratamiento salvaje con rodenticida", explica Javier Viñuela, biólogo del Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos 
(IREC), del CSIC, y uno de los autores del trabajo realizado conjuntamente con la Universidad de Valladolid. 

"Esto es lo que explicaría algo que se sabía, pero que se ha vuelto a ignorar conscientemente: los topillos desaparecen igual de bien de zonas en las que se trata con veneno como de zonas sin tratar, y la brusca desaparición es un fenómeno natural", concluye Viñuela. Las lagunas de Villafáfila, en Tierra de Campos, y Ayllón en Segovia, son dos de los lugares en donde la plaga ha remitido por sí sola. 

Fin de la invasión 

La Junta de Castilla y León dio oficialmente por finalizada la plaga hace una semana, atribuyendo el éxito de manera absoluta a la aplicación de los venenos, en los que se ha gastado 24 millones de euros. 

Sin embargo, además de no afectar a gran parte de los topillos, los compuestos empleados, clorofacinona y bromadiolona, se han revelado como bombas letales para el resto de animales. Otro de los investigadores del IREC, Rafael Mateo, explica los dos escalones en la gravedad del problema: "Al principio, el tratamiento se hizo de forma no selectiva, esparciendo en superficie el grano tratado con clorofacinona, por lo que se intoxicaron todas las especies que se alimentan de ese grano en la zona". El experto explica que, más tarde, decidieron cambiar a bromadiolona, un raticida más potente que además de matar a las especies granívoras puede llegar a acumularse en las especies depredadoras hasta intoxicarlas. "Nuestros estudios en curso indican que la clorofacinona era suficiente para matar a los topillos, pero que la forma de aplicación (tipo de cebo y colocación) deberían mejorarse para ser más eficaces y selectivos". La investigación, de la que es coautor Rafael Mateo, está a punto de ser publicada en la revista científica Avian Diseases. 

Y es que ya desde principios de 2007 (la invasión comenzó en verano de 2006) fue evidente el rastro de muerte que la clorofacinona dejaba en las demás especies silvestres. Laboratorios de Murcia, León y Ciudad Real encontraron 
preocupantes porcentajes de animales muertos por el tóxico, distintos tipos de aves y, en particular, liebres, porque también comen grano. 

Pero el trabajo realizado por Pedro Olea, de la Universidad de Léon, revela, además otro dato inquietante: en los trampeos realizados durante la primera oleada de veneno hallaron ocho comadrejas vivas, uno de los mamíferos más comunes en el campo. En la segunda tanda, ya en verano de 2008, ni uno solo de estos mustélidos dio señales de vida. Otros biólogos que centran sus trabajos en las mismas áreas han hecho notar a Público la inusual ausencia de otro depredador muy abundante, el zorro. 

"La presumible alta mortandad de depredadores desestabiliza el equilibrio ecológico, y deja al campo sin defensas naturales ante un futuro rebrote de la plaga de topillos", añade Javier Viñuela. 

El experto del CSIC hace hincapié, además, en las evidencias que apuntan al topillo como el principal vector de contagio de la tularemia a los seres humanos. Estas evidencias ponen el dedo en otra de las llagas que las autoridades castellanoleonesas han tratado de minimizar a lo largo del último año: "A falta de un estudio en profundidad, que la Junta no ha realizado, los datos obtenidos en nuestras investigaciones son significativos". 

Según los datos de los que consta la investigación, casi la mitad de los  roedores analizados durante el primer brote en Palencia eran portadores de la enfermedad. La explosión de tularemia humana se produjo en las áreas afectadas dos meses después del primer pico en la población de topillos. "Se han identificado, hasta el momento, más de 500 casos en humanos en 2007", añade Viñuela. 

La propia Junta de Castilla y León reconoció que la mitad de los casos de tularemia se produjeron en gente que presumiblemente tuvo contacto con los topillos (muchos de ellos, agricultores y trabajadores empleados para labores medioambientales en el campo), "pero las declaraciones de distintos responsables, negando reiteradamente esa relación, no han hecho más que confundir a los ciudadanos", explica Viñuela. "Se trata de un problema 
importantísimo que hay que resolver antes de que se produzca el próximo brote", añade. 

¿A quién escucha la Junta? 

El pasado viernes, y utilizando como palestra uno de los municipios más golpeados por el paso de los roedores, la consejera de Agricultura, Silvia Clemente, recalcaba que el fin de la plaga se debía al veneno diseminado por 
la Junta, y no porque los topillos hayan desaparecido por cuestiones biológicas. Además, se comprometía a "seguir trabajando para que no vuelva a suceder nunca" una plaga similar. 

"Es una buena noticia que la Junta haya creado finalmente un comité científico", opina Viñuela, "especialmente porque hasta ahora ha preferido ignorar toda la documentación científica que existe al respecto, tanto nacional como internacional, y que es unánime a la hora de aconsejar justo lo contrario de lo que han hecho". 

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